domingo, 3 de janeiro de 2021

 

CUENTOS SUBURBANOS

 

  

Prefacio

Estos cuentos son inspirados en las cálidas narraciones de Roberto Vicente Rutigliano, ellas retratan experiencias de su infancia y de su juventud vividas en el barrio de Avellaneda.

Esos relatos muy humanos que me fueron contados con una gran carga poética son la base para estos dos cuentos que presentamos a seguir: “Inspiración” y “Gólgota”.

Roberto Rutilgiano.

 

INSPIRACIÓN.

 

 


PRIMERA PARTE. EL ANUNCIO

Gladiz Nikisnki , la hija del ferretero, pasó por la vereda de enfrente con un pullover de lana color celeste y observándola todos los jóvenes de la calle Lemos percibieron que el invierno había llegado.

Su silueta femenina se alejaba mientras pisaba distraída las hojas amarillas caídas en el suelo. El crujir de sus pasos y el color intenso de su ropa disiparan la monotonía suburbana.

Era el mes de julio de 1949. El padre de Juan Borra había alquilado un galpón para hacer fiestas con música en vivo y lo había contratado a Hector Mauré con dos guitarristas para la inauguración.

Y no era sólo Mauré que visitaba el arrabal. El barrio todo estaba de fiesta porque decían que Aníbal Troilo (Pichuco) vendría a tocar a Avellaneda, en el Circulo Friulano con su orquesta.

Una foto sepia eternizó el encuentro de Juancito, su padre, Mauré y Joya. Avellaneda comenzaba a transformarse en un polo cultural del suburbio.

Por ese entonces las orquestas más famosas eran las de Juan D’Arienzo (el rey del compás), Osvaldo Pugliese, Alfredo Gobbi, Mariano Mores, Carlos Di Sarli, Francisco Lomuto y por supuesto la de Aníbal Troilo.

Elegir una orquesta era como preferir un club de futbol, la persona tenía que saber todas las músicas, la formación, el nombre de los cantores y acompañar a la orquesta donde fuera que tocase.

Era difícil que Troilo tocase en el suburbio porque además de los cabarets del centro contrataban la orquestra para tocar en la radio y en fiestas particulares, en el circuito de salones de bailes bacanas que había en el ambiente porteño.

Joya pasó por la puerta del círculo Friulano y vio el cartel anunciando la llegada del ídolo: Sábado 23 DE AGOSTO/ GRAN BAILE CON LA ORQUESTA DE ANIBAL TROILO/ ENTRADA 15 PESOS/DAMAS GRATIS/BAILE DESDE LAS 20 HORAS CON LA ORQUESTA CARACTERÍSTICA “MARAHUANA JAZZ”.

Eran 4 de los 14 jóvenes que hacían parte de la barra que eran locos por Aníbal Troilo, conocían sus composiciones, se deleitaban con su forma de interpretar las melodías, con su vida de bohemio y de genuino representante de un Buenos Aires nocturno, poético y sin razón.

Era una fecha de gala, no podían ir vestidos como de costumbre así que uno a uno fueron a lo del sastre Oscar Calvo, que quedaba en la esquina de la calle Lemos con Avenida Mitre para encargar un traje a medida.

Calvo era un hombre astuto y comprensivo, rápidamente entendió que los muchachos no tenían plata para pagar ni la tela, ni su trabajo porque el primero que apareció le pidió fiado, el segundo le dijo que le pagaría al otro mes, el tercero le prometió la mitad para una semana, y así fueron llegando los 4 troileanos a su taller inventando pretextos para hacerse el traje nuevo sin dinero en la mano.

Cuando llegó el último Calvo lo miró y le dijo, no precisas decirme nada, me lo pagas cuando puedas (es cosa de hombre sabio y generoso no humillar a una persona que quiere algo, pero que no tiene como alcanzarlo).

Calvo en ese día, cuando terminó la hora de su trabajo, fue hasta la esquina del tranvía donde se juntaba la barra y les dijo a los cuatro que habían encargado el traje nuevo:-  Quiero hablar con ustedes cuatro a solas. Los cuatro se separaron del montón y escucharon a Calvo diciendo con vos serena: – por lo menos me pagan la tela ahora, mi trabajo me lo pagan cuando puedan. Los jóvenes se miraron sonrieron de forma agradecida y juraron que una semana tendría como adelanto el dinero de los gastos.

Cada uno había elegido un modelo. Pilín quería un traje gris con chaleco, Borra quería uno a rayas finitas gris oscuro y gris claro cruzado, Joya prefería uno azul oscuro con chaleco azul claro y Junquillo prefería un pantalón marrón oscuro y un saco verde laurel.

Pilín le dijo a Junquillo: – pero así vas a parecer un arbolito! Y Junquillo casi le rompe la nariz por ponerlo en ridículo.

Las chicas hacían fila con las costureras eligiendo sus vestidos coloridos, unas con flores, otras a lunares, otras con estampas, otras con tonos vivos.

Juana, la hija de de Roberto el sifonero, era una morena linda, usaba el cabello suelto y tenía una boca insinuante que cuando se ponía lápiz de labio quedaba parecida con las imágenes de Carmen de García Lorca; Julieta Magaldi era una joven afable que sabia vestirse, tenia buen gusto y siempre de forma discreta conseguía atraer la atención con sus modos finos y delicados; Rosa, hija de Jose el de la panadería, era una chica delgada e inteligente, era la única que fumaba y que reía con una carcajada sonora, le decíamos “la flaca”.

Pero, claro, Gladiz Nikisnki era especial, su padre era polaco y su madre italiana. Mezclaba las formas rusticas de su cuerpo latino con una composición de colores que realmente llamaban la atención. Tenía el cabello negro azabache, ojos azules y una piel pálida casi fantasmal.

El barrio entero hablaba de medias, de colores de corbatas, de cómo lustrar los zapatos con grasa bovina, de sombreros, de gomina, de perfumes, collares, maquillajes, peinados y de los pasos de baile, todo el mundo preparando los cortes y las quebradas para lucirse en la pista.

Los muchachos se preguntaban quien tocaría en la orquesta. Joya que conocía de memoria el nombre de todos los músicos afirmaba que el violinista David Díaz no podía faltar porque era uno de los pocos que siempre acompañaron al gordo.

-Y los cantores? (preguntó Pilín) – Y seguramente vendría Edmundo Rivero y Floreal Ruiz – le respondió Juancito Borra. – Que te parece que van a tocar? (preguntó Junquillo) – Y seguramente “Barrio de Tango”, “María”, “Que me van a hablar de amor”, “Corazón de papel” y “ A la Parrilla” no puede faltar (respondió Borra).

Juancito Borra se fumó un cigarrillo y les dice: – También puede ser Fiore (refiriéndose a Francisco Fiorentino),  pero por que no le preguntamos a la hija de David Díaz , ella casualmente está ahí , la vi entrando en el Almacén de Totó.

Dos muchachos se cruzaron la calle entraron en el almacén y la encontraron a Hebe Díaz (la hija de David Díaz el violinista de Troilo) junto con su novio Titi Guerra y le preguntaron: - discúlpenme,  con los muchachos queríamos saber si vos sabes (quiero decir , si usted sabe) cuales son los músicos que van a tocar con el gordo aquí en el Círculo Friulano.

Hebe , era un joven discreta, pero decidida, se sorprendió que la hayan hecho la pregunta, tosió como queriendo tomar aire para entender lo que pasaba, lo miró a Titi y les dijo: - En el piano viene Carlos Figari, en el contrabajo mi tío Kicho Díaz; en los violines : mi papá David Díaz, Alberó, Alsina, Nicchele, y en la viola viene Gianna. En los fueyes viene Pichuco, su hermano Marquito, Mattio, Garcia y Mariono. Los cantores son Rivero y Calderón.

Juancito Borra se quedó con la boca abierta y balbuceando unas disculpas les dijo a Titi y a Hebe: - bueno, muchas gracias, ustedes se la saben todas.

Volvieron a juntarse con los muchachos y les contaron la formación de la orquesta de Pichuco.

Las horas pasaron y terminaron en el bar de Don Pepe; se sentaron a tomar un Cinzano y  Pepe rezongó un poco que eran 4 para tomar sólo un Cinzano.

SEGUNDA PARTE. LAS HISTORIAS DO GORDO.

L A HISTORIA DE WALTER RIOS

Sentados en el bar se les acerca el padre de Juancito Borra y les dice: Los veo entusiasmados hablando de Troilo, ustedes no conocen la historia del gordo con Walter Rios? Los muchachos no dijeron nada.

Resulta que el bandoneonista Walter Rios había llegado de Santa Fe hacia unos días con su mujer, alquilaron una casita por la Paternal y lo primero que hizo cuando tuvo un tiempo libre fue ver al gordo al cabaret Chantecler  en la calle Paraná, 440.

Cuando terminó la presentación se acercó a Troilo, le contó que era bandoneonista y Troilo le dice: "Ahora nos vamos a tomar unos tragos a la confitería “La Ideal”, vení con nosotros".  

Walter Rios se asombró porque el gordo estaba con unas 25 personas que lo acompañaron hasta la confitería y tímidamente siguió a la pequeña muchedumbre.

Después de 2 horas, ya a la media noche, Walter Rios se acercó al gordo y le dice: Maestro puedo hablar unos minutos? El gordo le dice, claro nene, ahora vamos al escolaso, querés venir? Ahí vamos a estar más tranquilos.

Salieron de “La Ideal” y fueron caminando por Diagonal Norte, y cerca de la 9 de julio subiendo una escalera sospechosa entraron en un salón lleno de billares y de mesas con hombres jugando barajas.

Todo el mundo murmuró algo cuando llegó Pichuco con su comitiva  que ahora llegaba a unas 35 almas. Se sentaron en varias mesas, el gordo pidió un Smuggler doblé y comenzó a conversar con sus amigos sobre caballos, poesía, cantores, mujeres y tango. Se acercó el flaco Ruano, Pichincho, un jóquey que le traía las fijas para el domingo y Walter Rios tímido en un rincón esperaba su turno sin querer parecer ansioso.

A las 3 de la mañana después de varias partidas de  barajas, el gordo se levantó de la silla y llamó al mozo. Walter Rios medio dormido tentó ver si tendría una chance, pero apenas se quedó mirando.

Por el movimiento parecía que los tangueros seguirían zambullidos en la estrellada noche porteña. Troilo miró para los lados, lo vio a Walter Rios y le dice: Vamos hasta un piringundín acá cerca, terminamos la gira y charlamos tranquilos.

Salieron todos andando por la calle Viamonte y en un momento entraron en un subsuelo que tenía un cartelito con luces de neón donde decía “Club 135”. Era una cueva. Entre la oscuridad, el humo, la música y el perfume barato de mujeres ociosas el gordo se perdió en las tinieblas.

Salieron a las 5 de la mañana y en la puerta Walter Rios percibió que estaba amaneciendo. Lo miró al gordo con una mirada de desesperado y le dijo: Maestro, mi mujer me mata, son casi la seis de la mañana!

El gordo con su generosidad eterna, le echó un vistazo, pensó un minuto y dijo: Ya sé! Donde vivís? Y Walter Rios le contestó: En la Paternal. El gordo paró un taxi, se despidió de sus amigos y le dijo al motorista, vamos a la Paternal, pero cuando puedas pará en una panadería que esté abierta que quiero comprar unas cosas.

El taxista entró por Rivadavia, paró en una panadería. El gordo se bajó y compró una torta de chocolate inmensa. El taxi siguió hasta la casa de Walter Rios, y el gordo le dijo:Tocá el timbre y dejá conmigo.

Walter Rios tocó el timbre, abrió la puerta su mujer; Troilo le entregó la torta y al marido suavizando cualquier percance que pudiese ocurrir por la trasnochada.

El padre de Juancito borra agregó: el gordo es así de bueno.

El flaco Pilín también quiso agregar un recuerdo y dijo: yo conozco una historia con Pugliese.

LA HISTORIA CON PUGLIESE.

Osvaldo Pugliese era públicamente miembro del partido comunista. Había fundado el sindicato de los músicos y en su orquesta todos los miembros tenían un tratamiento democrático e igualitario.

Juan Domingo Peron perseguía a la izquierda y la policía tenía órdenes de meter en cana a cualquier persona que fuese anarquista, comunista o que fuese sindicalizada fuera de los aliados del gobierno.

Cada vez que lo metían en cana a Pugliese le avisaban a Troilo y este largaba todo, iba hasta la comisaria y como era una persona pública e influyente mandaba llamar directamente al comisario.

El gordo le decía: Comisario déjelo salir, es un buen muchacho! Y el comisario lo largaba a Pugliese y lo dejaba en libertad.

El padre de Juancito Borra se acordó de otra anécdota y dijo, ustedes saben lo que hacia Zita cuando el gordo no conseguía atender el teléfono porque se había pasado de copas?  

HISTORIA CON ZITA.

Troilo conoció a Zita en 1938, en pocos meses se casaron, formaban ese tipo de parejas que son para toda la vida.

Le decían la Griega porque efectivamente había nacido en Grecia; era la otra mitad del gordo. Lo cuidaba, lo amaba y lo acompaño toda su vida.

Bien humorada y discreta cuando lo llamaban por teléfono a Troilo antes de un horario en que él podía atender porque había llegado ebrio de madrugada, respondía con un tono risueño: Está cicatrizando!

Todo el bar se reía pensando en la cara de Zita mirando para el gordo en la cama y teniendo que inventar una disculpa.

Bueno, dijo el flaco Ruano, me voy a dormir porque mañana es el gran día y quiero levantarme temprano que quiero pasar en lo de Tito el peluquero para que me corte el pelo y me afeite.

EL SHOW Y EL ENCUETRO INOLVIDABLE.

Finalmente, llegó el gran día del show. La Marahuana Jazz abrió la noche tocando músicas ligeras y Troilo arrancó con dos tangazos suyos: “Romance de Barrio” y “María”.

Los muchachos estábamos entretenidos entre nuestras ropas y el encuentro con las chicas. La etiqueta permitía apenas bailar tres músicas con una sola persona, bailar más que eso era considerado una osadía o demostraba un cierto compromiso.

Aturdidos por la música, la seducción y la propia apariencia no conseguíamos salir de nuestra imagen, como narcisos quedamos presos del espejo.

De pronto la presentación acabó sin darnos cuenta. La orquesta salió del escenario, los músicos subieron a un ómnibus y un “Os Mobile” blanco esperaba por el gordo en la esquina del club.

Salimos tentando aproximarnos de nuestro ídolo acompañándolo por la vereda. La Avenida Mitre brillaba, estaba iluminada y todos los automóviles eran negros, menos el del gordo.

Lo seguíamos de cerca. Iba él, Paquito con el fueye y entre algunos amigos decidimos encararlo.

Yo no sé de donde saqué coraje y le dije: Troilo, usted puede tocarnos una última música para nosotros?

El gordo generoso como siempre nos sonrió, le pidió a Paquito el bandoneón , apoyó el pié en el guarda barro del “Os Mobile” blanco y de sus manos mágicas surgieron la melodías de “Quejas de bandoneón” y por último de “Inspiración”.

Parecía que fuese la primera vez que había escuchado música porque en aquel momento se abrieron canales de percepción que estuvieron tapados por culpa de nuestra egolatría o por la dificultad de salir de uno mismo.

El Gordo subió al coche, se fue y yo me quedé con la sensación que aquellas dos músicas fueron tocadas apenas para inspirar mi corazón y enseñarme algunas pequeñas cosas que no sabía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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